La violencia de género es mucho más

La noticia de otra mujer muerta a manos de su pareja, actual o anterior, se ha convertido ya, por desgracia, en algo similar al repiqueteo de la lluvia contra los cristales. Es un ruido que está ahí, machacón, repetitivo, interminable ... Y nada más. A fuerza de estar ahí parece que deje de molestar. Nos acostumbramos a él. Lo asumimos. No como algo deseable, pero sí como algo cotidiano y casi inevitable.
Y esto es así aunque no queramos. Admitámoslo, y tal vez podamos empezar a ver las cosas de otra manera, desde otra óptica. Porque uno de los grandes defectos de la sociedad de hoy en día es precisamente ese, el punto de vista único y universal desde el que a menudo se analizan las cosas y que suele conducirnos a casi cualquier sitio, menos a la solución de los problemas.
La desigualdad entre sexos es uno de los problemas más graves que nos aquejan como sociedad. Es cierto que se ha avanzado mucho, pero también es cierto que estamos todavía más cerca del inicio del camino que del final. Y poco ayuda a recorrerlo el que nos centremos únicamente en ese macabro recuento diario de víctimas, en proponer medidas punitivas (que no sobran y por supuesto son necesarias), o medidas cautelares (que tampoco sobran), para prevenir estos comportamientos y hacer desistir a esa escoria, por desgracia humana y masculina, que se cree con la potestad de decidir sobre la vida y la muerte de otro ser humano por el simple hecho de ser del sexo femenino y mantener o haber mantenido una relación afectiva con él.
Seamos sinceros, eso no soluciona nada, es un mero parche, una pequeña tirita que no va a hacer que pare de manar sangre de la herida. El problema todos sabemos muy bien donde está: en el concepto machista que aún impera en la sociedad. En el concepto de que el hombre es superior a la mujer y esta le debe pleitesía y obediencia. En el concepto de que sexualmente el varón es quien domina y la hembra quien debe plegarse a sus deseos. En el concepto de que cuando un hombre y una mujer mantienen una relación, el hombre manda y decide, y la mujer calla y obedece. Y admitámoslo con valentía: aún no hemos sido capaces de erradicar esto de nuestra sociedad, porque tenemos un enorme problema educativo en este sentido.
Ahí está la verdadera raíz de todo, en la educación que les damos (activa y pasivamente) a nuestros hijos. Y digo pasivamente, porque pienso que muchas veces es esa la verdadera clave. Yo puedo inculcar a mis hijos millones y millones de conceptos teóricos sobre las personas, los hombres, las mujeres y la igualdad de sexos, pero si ellos no me ven hacer ni una sola tarea doméstica y en cambio su madre es quien las hace todas ¿qué van a aprender?. Si mis hijos me ven gritarle a su madre, ningunearla, tratarla como un mero objeto, ¿que van a aprender?. Si me ven amenazarla e incluso pegarle ¿que van a aprender? ¿La teoría que les cuento, o lo que ven con sus propios ojos a diario en su casa?
En el tema de la violencia de género, hay un grado de hipocresía en esta sociedad tan grande que es lo que hace que sigamos estancados y no podamos avanzar. Y esta hipocresía se manifiesta en muchos ámbitos y de muchas maneras, pero para mí la más importante de todas tiene un nombre: prostitución.
¿Por qué nos quedamos sólo con los asesinatos? ¿Acaso no es violencia de género la vida que llevan miles de mujeres en este país, obligadas a prostituirse en lamentables locales de alterne, que jalonan con sus neones de la vergüenza las carreteras, los polígonos y las afueras de nuestras ciudades y nuestros pueblos? ¿Por qué no se hace absolutamente nada para erradicar esta lacra? ¿Por qué permitimos que sigan abiertos esos miles de locales inmundos, donde las mujeres, en su mayoría extranjeras introducidas ilegalmente en nuestro país, son obligadas a prostituirse para que se lucren sin límite los dueños de esos antros y los traficantes de mujeres?
¿Por qué no legalizamos la prostitución? Y la mujer que quiera ejercerla que lo haga con todos sus derechos, como una trabajadora más. ¿Que diferencia habría para esos miles y miles de hombres que requieren habitualmente sus servicios para satisfacer sus necesidades sexuales? Tendrían que seguir pagando por sexo, igual que ahora, con lo cual ese no creo que sea el problema. Es otro. El problema es que si damos ese paso, si legalizamos la prostitución, tendríamos en primer lugar que admitir, como sociedad, que existe una necesidad de trabajadoras sexuales (por no repetir la palabra prostituta). Y la parte masculina de dicha sociedad tendría que admitir que hay muchos hombres que demandan esas trabajadoras. Hablando en plata, que hay muchos hombres que pagan por follar. Que necesitan/quieren/tienen que pagar por follar. Admitámoslo, esa demanda existe, esa demanda es real, hay miles de hombres en este país que recurren a las prostitutas para tener sexo. Y reconocer eso es poco menos que un pecado mortal para el orgullo masculino. Sobre todo en este país nuestro, donde nadie va a los puticlubs a follar, sólo a tomar una copa.
Es por culpa de todo ese ejército de puritanos hipócritas que miles de mujeres sufren a diario vejaciones y subsisten en condiciones denigrantes. Mujeres que están privadas de la voluntad para decidir, porque han sido convertidas en esclavas sexuales para el disfrute de cualquiera que se acerque y pague la tarifa establecida. Y eso las convierte, a cambio de unos euros,  en meros objetos sometidos al antojo de quien paga.
Y si no admitimos todo esto y seguimos mirando para otro lado, pasivamente. ¿Qué mensaje estamos dando a nuestros hijos? El mismo desde hace demasiados años. ¿Igualdad? Sí. En teoría. Tras la siguiente curva de la carretera, habrá una casucha llena de neones que nos muestre la cruda realidad.



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